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El Tiempo

Rector Pérez estima que mejorar la educación implica reducir el número de carreras de pedagogía

El rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez, estimó que para mejorar la calidad de la educación es necesario reducir las entidades formadoras y el número de carreras de pedagogía.

El Estado debe exigir estándares de calidad superiores a las carreras docentes, lo que debiera implicar una sensible reducción del número de instituciones formadoras y carreras de pedagogía. Esto obliga a repensar la institucionalidad de acreditación de carreras, expresó el rector durante un debate en el plantel universitario.

Pérez se refirió a esto durante un encuentro en el que estaban presentes el representante de Unicef para Chile, Gary Stahl; el coordinador del Panel de Expertos para una Educación de Calidad, Harald Beyer, y uno de los protagonistas del movimiento estudiantil de 2006 o 'revolución de los pingüinos', César Valenzuela.

Pérez también habló de la necesidad de ser más selectivos en los alumnos que pueden ser admitidos en la carrera de pedagogía, lo que debiera complementarse con señales potentes en términos del mejoramiento del salario inicial, de las condiciones de trabajo de los docentes y de la carrera profesional, para atraer a los jóvenes talentos.

Lo tercero -manifestó- es mejorar la calidad de las escuelas de educación, de forma que sea posible apoyar y monitorear mejor.

Frente a las carencias que hoy se observan en el país, destacó que dentro de las medidas que promoverá la Universidad de Chile están la instalación -a partir de este año- de un Seminario Permanente sobre la Educación Pública, así como abordar la formación inicial de profesores.

Potenciaremos los programas existentes a través del fortalecimiento del cuerpo académico, la modernización de los programas de estudio, el incremento de la matrícula y la diversificación de las áreas disciplinarias. Además se crearán nuevas iniciativas de formación inicial hoy ausentes en la Universidad de Chile, como un programa de educación básica, expresó el rector.

Precisó, no obstante, la necesidad de que el Estado asuma un 'Nuevo Trato' con sus universidades como un motor fundamental para llevar estas medidas a cabo.

Desafíos de la Globalización

Creer en una globalización sin estragos es hoy un

ejercicio que oscila de forma indescifrable entre una

compartida visión utópica y un superficial optimismo

conformista. Globalización limpia. ¿Qué es esto, un

juego de palabras o una perspectiva real y factible?

Imaginarse una globalización que no hiera de muerte

al planeta, que sea humana, producida ‘desde abajo’,

civil y moral. ¿Qué es esto, la enésima ilusión o un

verdadero proyecto posible?

Yo, sobre este asunto, no tengo grandes certezas que

ofrecer. Apenas puedo plantear una sospecha: la

globalización buena, si existe, está hecha con los

mismos ladrillos que la globalización mala. Utilizados

de manera distinta, pero los ladrillos siguen siendo

los mismos. […]. ”

Fuente: Alessandro Baricco: Next. Sobre la globalización y el

mundo que viene. Anagrama, Barcelona, 2002, pp. 52–53.


Desafíos de la globalización

En este último capítulo abordaremos las dimensiones cultural y política de la globalización desde la perspectiva del fortalecimiento de la unidad de la humanidad en la pluralidad e interacción entre las culturas, así como del fortalecimiento de la ciudadanía en lo nacional, lo regional y lo global.

Para tal efecto, reseñaremos diversas e incluso opuestas visiones y propuestas en relación a esos temas, que nos permitan aproximarnos a la formulación de puntos de vista propios al respecto.

Diversidad cultural, migraciones y tolerancia

El término cultura se usa en la antropología para referirse a todas las creaciones materiales, intelectuales y espirituales elaboradas y usadas por las personas, del mundo, de una región de éste o de un lugar determinado. Por eso, es posible hablar tanto de una cultura global o universal, como de la cultura de una vasta área geográfica, de un país o de una localidad. En este sentido, no existen ni pueblos sin cultura ni pueblos con sólo una cultura inherente La cultura incluye todas las expresiones de la creatividad humana, tales como el lenguaje, las creencias, las costumbres, las organizaciones e instituciones, y todo tipo de creaciones, desde las manifestaciones espirituales como el arte hasta la tecnología. La particularidad de estas manifestaciones es lo que da valor, calidad y singularidad humana a los diversos y numerosos grupos humanos que habitan en el planeta.

En este sentido, uno de los grandes retos del proceso de globalización es abordar de una manera constructiva la diversidad cultural. Cada vez se hace más evidente la necesidad de fomentar el diálogo intercultural y avanzar en la búsqueda de valores compartidos, con respeto y tolerancia a la diversidad.

Las culturas locales y las identidades nacionales siempre han sido construcciones basadas en intercambios, migraciones y conquistas. Es por eso que las culturas “puras” y completamente nacionales no existen. De hecho, a través de toda la historia han existido movimientos migratorios masivos –pacíficos y violentos- motivados por las más diferentes razones. Tal es el caso de los grandes movimientos de población desde el Asia Central hacia Europa en la Antigüedad y la Edad Media, así como de los producidos desde el siglo XVI tras la llegada a América de los europeos; o de la salida de millones de personas del Viejo Continente hacia el Nuevo durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX.

Ahora bien, la explosión demográfica de la que fue protagonista el siglo XX y la desigual distribución y desarrollo de la población acentuó con mayor fuerza la relevancia de los movimientos migratorios. En la actualidad, los países industrializados, que producen alrededor del 78% de los bienes y servicios del planeta, concentran sólo un 26% de la población y han alcanzado lo que se denomina una estabilidad demográfica (tasa de crecimiento inferior al 0,3% anual). En contraste, los países periféricos tienen tasas de crecimiento poblacional muy superiores frente a niveles de desarrollo inferiores.

En este sentido, los desequilibrios entre los países ricos con una población estable y los países pobres densamente poblados han provocado un extraordinario flujo migratorio hacia las áreas más desarrolladas, principalmente hacia Europa y Estados Unidos. Así, las migraciones han pasado a ser también un aspecto importante de la globalización.

No obstante, este masivo desplazamiento de personas que buscan mejorar sus perspectivas de vida, presenta problemáticas complejas. Si bien, proporciona mano de obra a los países desarrollados, sobre todo, para realizar aquellas tareas más duras o mal remuneradas que sus ciudadanos rechazan; la difícil integración de los inmigrantes en la cultura y modos de vida de los países desarrollados y el auge de movimientos xenófobos son la otra cara de este fenómeno. A ello se suma, el efecto que produce la inmigración ilegal para los inmigrantes legalmente establecidos y la proliferación de mafias que realizan verdaderos tráficos de seres humanos.

En relación a esta última problemática, Jean Daniel, director del semanario francés Le Nouvel Observateur, plantea que“ (...) los clandestinos son, por ello, vistos como agresores. No lo son. Son, por el contrario, víctimas en el sentido más amplio de la palabra. Si fueran felices en su tierra, se quedarían en ella. Son víctimas de las ilusiones que su desesperación alimenta: cualquier cosa es preferible a lo que ellos viven y, de hecho, muchos otros lo han conseguido con los mismos medios. Son, al fin y al cabo, víctimas de las mentiras de los famosos intermediarios. Se sabe que estafadores muy bien organizados reclaman a los candidatos a la inmigración ‘deudas de sangre’. Cuentan en todos los países por los que hay que pasar hasta llegar a la nación deseada con relevos, con cómplices de su impostura, con beneficiarios de ese tráfico de seres humanos. Después, una vez que llegan, si es que llegan, los inmigrantes son condenados a trabajar para ellos”.

Por su parte, los gobiernos de los países receptores de estos flujos migratorios han optado por regular y establecer políticas que permitan afrontar esta realidad. El siguiente extracto de un artículo publicado en El País en Octubre de 1999, a propósito de una acción del Gobierno español dirigida a organizar la llegada de los extranjeros para trabajar como temporeros, da cuenta del drama humano que esconde la inmigración ilegal.

“(...) Casi todos huyen. Algunos de guerras o regímenes dictatoriales. La mayoría, sin embargo, sólo intenta alejarse del hambre. Un total de 276.796 extranjeros figuraban inscritos en el registro de inmigración en 1990. Ahora conviven legalmente con los españoles cerca de 800.000: un 200% más que a comienzos de la década. Son cifras tal vez espectaculares para un país de emigrantes (24.487 en 1975, el año previo al ingreso en la Unión Europea), pero alejadas aún de potencias como Alemania, que acoge a 10 millones de desplazados, o Francia, Italia y Reino Unido, con seis millones.

Latinoamericanos, magrebíes y rusos encabezan la lista de concesión de visados en España, una demanda emergente entre chinos, turcos y, muy especialmente, en África subsahariana. Ciudadanos de Gambia, Senegal, Guinea Ecuatorial, Cabo Verde, Nigeria y Malí se encuentran a menudo entre los 2.879 polizones detenidos por la Guardia Civil en los últimos cuatro años.

Muchos han sido expulsados, al igual que 17.069 en 1998. O rechazados en la frontera, como los 102.242 de 1996. Con todo, fueron más afortunados que los que nunca tendrán billete de vuelta. Son los 101 cadáveres recuperados en aguas del Estrecho entre el 1 de enero de 1996 y el pasado 31 de agosto, o los 274 que desaparecieron.

Trataban de alcanzar el primer mundo a bordo de pateras [balsas]: 269 fueron interceptadas, 7.500 de sus ocupantes detenidos y 263 náufragos rescatados. Antes habían pagado cantidades astronómicas a las mafias que trafican con la desesperación humana. 177 de estas redes fueron desarticuladas, 363 cabecillas entregados al juez y 1.171 de sus víctimas localizadas. El resto, continúa intentándolo cada día. Son los datos de una huida.(...)

Sin embargo, como la mayoría de los procesos históricos, la mayor o menor apertura o receptividad a los inmigrantes en el seno de estas sociedades desarrolladas, también ha experimentado avances y retrocesos, sufriendo contracciones o reacciones xenófobas sobre todo en aquellos momentos, como el actual, en que la economía mundial se ve enfrentada a dificultades y en que los grupos sociales más afectados por estas dificultades tienden a focalizar en el elemento foráneo la causa de gran parte, sino todos, los males que les aquejan.

Así ha planteado el problema Eric Hobsbawm:

“Muchos ideólogos y políticos tienden a comportarse como si este proceso fuese incontrolable, como si ningún gobierno tuviese la capacidad de resistir. Sencillamente –piensan- deberíamos secundarlo y adaptarnos a él. Pero en realidad [...] este proceso tiene límites que no se pueden superar, y que se deben fundamentalmente a resistencias políticas por parte de las poblaciones, como en el caso de los frenos impuestos a la inmigración de fuerza de trabajo a costo más bajo. Desde el punto de vista de la lógica del mercado libre, debería haber una completa libertad de movimientos de todos los factores de la producción. Y sin embargo se ha demostrado poco menos que imposible conseguir que un factor de producción como es el trabajo pueda moverse sin ataduras de ninguna clase”

Ahora bien, a pesar de que las migraciones sur-norte son una temática constituyente del mundo actual, los flujos migratorios no son movimientos únicamente dirigidos a los países desarrollados. Kim Hamilton, del Migration Policy Institute de Estados Unidos, calcula que unos 150 millones de personas viven fuera de su país de origen, incluidos ilegales y refugiados. De ellos, alrededor de la mitad corresponde a migraciones entre países del Tercer Mundo, donde el tema de la inmigración también se está convirtiendo en una cuestión política prioritaria.

“En Suráfrica, desde el final del apartheid, varios millones de ilegales de otros países del continente han llegado a esas tierras de donde decenas de miles son expulsados cada año. Según el ACNUR, hay más de 21 millones de refugiados en el mundo, efecto de las guerras y de los sifones económicos. Con su política de puertas abiertas, Egipto se está llenando de refugiados. En El Cairo se ha perdido la cuenta, pero pueden estar malviviendo hasta medio millón de ellos, y la UE teme que la capital egipcia se esté convirtiendo en una vía de paso hacia Europa. Muchos se quedan. Y en el cercano Golfo, el número de trabajadores extranjeros se multiplicó casi por cinco (de 1,1 a 5,2 millones) entre 1970 y 1990. En Arabia Saudí, una cuarta parte de los habitantes eran

ya extranjeros en 1999. En Asia, las migraciones se notan menos porque los inmigrantes llegan a países muy poblados. Los chinos se han convertido en una clase transnacional en Asia, como los indios en buena parte de África. Tailandia produce 400.000 emigrantes al año, pero recibe cerca de 600.000 inmigrantes”.

Aún cuando la migración ha sido abordada como un problema principalmente desde el punto de vista de las identidades y del encuentro entre culturas, es evidente que –como hemos podido apreciar– el fenómeno tiene una dimensión socioeconómica que no es posible obviar. Así lo plantea Adela Cortina:

“Sin embargo, y aun concediendo toda la importancia que pueda tener a la diferencia cultural, quisiera dejar constancia de que los grandes conflictos y las dificultades de construir tanto una ciudadanía política como una ciudadanía multicultural siguen teniendo también en su raíz, y con gran fuerza, las desigualdades económicas y sociales. A pesar del empeño por asegurar que los grandes problemas sociales son hoy el racismo y la xenofobia, sigue siendo cierto que el mayor de ellos es la aporofobia, el odio al pobre, al débil, al menesteroso. No son los extranjeros sin más, los diferentes (que somos todos), los que despiertan animadversión, sino los débiles, los pobres”

¿Nuevo orden o nuevo desorden mundial?

Con la caída del Muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la Unión Soviética en 1991, terminó la denominada Guerra Fría y la bipolaridad entre superpotencias que la había caracterizado. La defensa y la disuasión frente a la amenaza nuclear, dejaron de ser las principales prioridades de las potencias mundiales. A partir de entonces, surgió lo que se denominó como un nuevo orden mundial, caracterizado por la supremacía de Estados Unidos, así como por la hegemonía del modelo democrático en el orden político y del capitalismo neoliberal en el ámbito económico.

La supremacía estadounidense no se basa sólo en la presencia de sus agentes económicos en todos los lugares del mundo y de su gravitante participación en los principales recursos y mercados. A ello se suma una amplísima superioridad militar, el control del espacio geoestratégico y su papel de vanguardia en la ciencia y las tecnologías de punta (Estados Unidos mantiene el primer puesto en los campos electrónico, informático, aeroespacial, biotécnico y nuclear).

Durante la década que va desde el derrumbe del comunismo (1991) hasta el derrumbe de las Torres Gemelas (2001), y particularmente durante el gobierno de Clinton (1993 – 2001), la supremacía norteamericana logró articularse –aunque no sin tensiones ni contradicciones– con la construcción de acuerdos internacionales, regionales y globales en el marco de la Organización de Naciones Unidas y de las normas universales elaboradas a partir de 1945 y que durante la Guerra Fría no habían podido desplegarse a escala planetaria.

Sin embargo, los devastadores atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, significaron un duro golpe para esta potencia hegemónica que, con un 4,5% de la población mundial consume el 35% de los recursos mundiales. Por primera vez desde su transformación en potencia global, Estados Unidos había sido atacado en su propio territorio continental.

El golpe alcanzó al corazón financiero y militar de Norteamérica, junto con matar de manera atroz a

cerca de tres mil personas. A consecuencia de ello, la potencia más poderosa de la historia humana ha sido paradojalmente atrapada por una percepción de extrema vulnerabilidad, lo que se ha traducido en una política global que pone en el centro la seguridad nacional, llegando incluso a elaborarse la doctrina de la guerra preventiva contra quienes sean considerados una amenaza para aquélla.

El 11 de septiembre de 2001 remeció al mundo y también a la dinámica existente en el concierto internacional. Se tomó conciencia de nuevas amenazas, de nuevos desafíos, de la necesidad de redefinir la política y reordenar las prioridades; quedó de manifiesto además, que los conflictos que existen en muchos países de la periferia, tienen potenciales y reales posibilidades de repercutir globalmente y desequilibrar el orden mundial.

Frente a tan inmenso desafío, Estados Unidos ha optado por utilizar todo su poder a nivel planetario para proteger a sus ciudadanos y a su territorio de lo que ha empezado a denominarse como terrorismo global, lo que incluye acciones militares contra los estados que considere cómplices. En esa perspectiva,

se ha incrementado la tensión entre las exigencias de la seguridad nacional norteamericana tal como las define el gobierno de Bush (2001–2005), por una parte, y la construcción de un orden mundial basado en principios y normas universales que se había puesto en marcha durante la década anterior, por la otra. Para Bush, junto a la reafirmación de la alianza con el Reino Unido, la prioridad ha sido el establecimiento de una red de alianzas bilaterales con los estados que hacen suya la agenda de seguridad estadounidense y apoyan sus acciones incluso al margen de los organismos multilaterales.

Por su parte, la Unión Europea y América Latina, aliados históricos de Estados Unidos, han combinado la solidaridad con éste frente a la agresión sufrida y su disposición a participar en el esfuerzo global contra el terrorismo, con la afirmación de que esta lucha debe enmarcarse en los principios y normas globales, y que en ella las Naciones Unidas deben jugar un papel central, rechazando las tendencias norteamericanas hacia el unilateralismo.

En este contexto, la actualidad se caracteriza por una reestructuración del orden mundial, cuyos rasgos principales aún no están claramente definidos.

Uno de los principales efectos de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha sido agudizar la percepción en cada una de las sociedades de nuestro actual mundo globalizado, de la existencia de un desorden más que de un orden mundial, caracterizado por la vulnerabilidad tanto como por la interdependencia.

De ahí ha surgido con mucha fuerza la demanda de invertir en seguridad, frente a una amenaza difícil de identificar pero que ha demostrado su enorme poder destructivo. Quedó en evidencia que los sistemas tradicionales de disuasión no son eficaces frente a las células terroristas, pues poco pueden hacer los modernos sistemas de armamentos y los grandes ejércitos frente al terrorismo y otras amenazas globales a la seguridad como el crimen organizado, el narcotráfico y la desarticulación social de la que se nutren, que constituyen los mayores desafíos del siglo XXI en el ámbito de la seguridad.

El ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y al Pentágono en Washington pusieron de manifiesto de modo brutal los problemas que la globalización no había resuelto o, incluso, se asocian a ella, los cuales han comenzado a ocupar un nuevo lugar en las discusiones intelectuales y los discursos políticos de sus principales representantes.

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, más que la agresión a un solo país, fueron un crimen contra la humanidad; una atrocidad que es expresión del peligro multiplicado que reviste el fanatismo al hacer uso de las tecnologías de nuestro tiempo. A partir de esa amenaza materializada ante los ojos de miles de millones de seres humanos, parece haberse mundializado un sentimiento de inseguridad, multiplicándose con mayor fuerza la sensación de que todo está interconectado y que lo que ocurre en los otros lugares del mundo no puede resultar ajeno a nadie. Este hecho puede tener varias lecturas y diversas consecuencias, las que sólo podrán visualizarse claramente con el tiempo.

Según Ulrich Beck, el atentado del 11 de septiembre “no se trata de un ataque contra Estados Unidos, sino contra los valores de la humanidad y de la civilización, y de un ataque contra los valores del Islam, un ataque contra todos nosotros”.

Hay quienes plantean que tras los atentados, el mundo estaría entrando en una nueva era marcada por el retroceso de la globalización puesto que la amenaza del terrorismo global llevaría a un aumento de las políticas proteccionistas y al cierre de las fronteras, restringiéndose aún más el libre tránsito de las personas, y a un retroceso de las libertades públicas.

Lo cierto es que lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001 ha puesto en jaque la visión idealizada de la globalización, puesto que dejó en evidencia los conflictos a los que se verá enfrentado el mundo en esta nueva era, a la vez que ha despertado el debate sobre todas aquellas temáticas que habían sido desplazadas por los agentes que han liderado la globalización.

La amenaza que el terrorismo fundamentalista global representa, tanto para las naciones como para la humanidad en su conjunto, ha abierto un debate respecto a si responder más sobre el fundamento de la defensa de valores y normas universales, o sobre la base del interés o la seguridad nacionales amenazados. El modo en que este debate se resuelva tendrá efectos determinantes para la continuidad de la propia globalización.

En ese sentido, la situación generada tras el 11 de septiembre obliga a replantearse la globalización, no para acabar con ella, sino por el contrario, para equilibrarla y ampliarla hacia aquellos ámbitos que requieren de una voluntad concertada para construir un mundo más humano, más solidario y más justo. Ello significa, entre otras tareas, globalizar el derecho internacional, asegurar el respeto a los derechos humanos, luchar por derrotar la pobreza.

Una consecuencia evidente de la nueva situación es que la política, cuyo liderazgo había sido desplazado por el de los mercados, vuelve a adquirir protagonismo, en cuanto la batalla contra el terrorismo global en un desafío político. Así, el Estado vuelve a tener su lugar en el mundo. Según

Estefanía, “la recesión global, unida a la incertidumbre generada por los atentados de Nueva York y Washington y el conflicto bélico posterior ha puesto fecha de caducidad a los análisis hegemónicos neoliberales; el Estado reaparece como reparador de los desórdenes; el sector público adquiere protagonismo en la reasignación de los recursos a través de los aumentos en los gastos de defensa y de seguridad, y de las ayudas a las empresas y sectores en crisis”.

Pero este Estado que vuelve a reposicionarse no es el mismo de siempre; es un Estado que para fortalecer la seguridad nacional y hacer frente a los “problemas globales” debe fomentar la cooperación transnacional. Según Beck, “hay que aplicar un principio paradójico: el interés nacional de los Estados les fuerza a desnacionalizarse y a transnacionalizarse, es decir, a renunciar a su soberanía para resolver sus problemas nacionales en un mundo globalizado”.

Por otra parte, los atentados del 11 de septiembre de 2001, tuvieron un fuerte impacto en las sociedades del mundo, poniéndose de relevancia, nuevas temáticas que hasta entonces no se habían visualizado con la fuerza o la urgencia actual.

Uno de los efectos más directos de los atentados fue la globalización del sentimiento de inseguridad, el cual ni las tecnologías más avanzadas lograron apaciguar. Según Ulrich Beck, la nueva amenaza del terrorismo transnacional “ha abierto también un nuevo capítulo en la sociedad del riesgo mundial.

Hay que distinguir claramente entre el atentado en sí mismo y la amenaza terrorista que el mismo universaliza. Lo decisivo no es el riesgo, sino la percepción del mismo. Lo que los hombres temen que sea real es real en sus consecuencias. El capitalismo presupone un optimismo que se ve destruido por la creencia colectiva en la amenaza terrorista, lo que puede llevar a la crisis a una economía desestabilizada.

Quien ve el mundo como una amenaza terrorista queda incapacitado para actuar”. En este sentido, Beck plantea que lo relevante no es cuán real es el peligro que se percibe, sino la percepción misma de que se vive en un peligro o vulnerabilidad permanente. Y es esta percepción la que ha provocado profundas transformaciones en los diversos ámbitos: reaparición del Estado como ente

protagonista en las relaciones internacionales; una creciente tendencia a privilegiar la seguridad por sobre las libertades individuales, recrudecimiento de los fundamentalismos, legitimación por parte de los Estados más poderosos de acciones militares para combatir el terrorismo global, entre otros.


Documento componente del fortalecimiento de la

Profesión Docente.

Enseñanza Media.

MINEDUC




EDUCACIÓN DEL SIGLO XXI?


En lo que va del año, hemos sido bombardeados con los resultados negativos que han conseguido algunos de los actores de nuestro sistema educativo. Desde el escaso 33% de respuestas correctas en matemáticas de nuestros estudiantes de pedagogía básica en la prueba Inicia, al más reciente balance en el SIMCE, donde el 62% de los niños de octavo básico sólo alcanza el nivel de un niño de sexto básico, nuevamente, en matemáticas, la conclusión no puede ser más que la de una educación enferma. A pesar de las cifras, esto no agrega nueva información.

Sin embargo, la educación en Chile no está enferma. Es imposible que algo -sea cual sea el carácter de ese algo- se degrade o esté en malas condiciones si no está presente.

En nuestro país la educación no es tal. Lo que impera es una ingeniería educativa, única fuente de retroalimentación del sistema escolar. En ella se emplean estadísticas rimbombantes para dar cuenta de una realidad escolar que, no hay ninguna duda, padece de serios problemas. Nuevamente, nada nuevo bajo el sol.

Lo que (no) dicen las estadísticas porcentuales de una media

Las construcciones porcentuales pueden señalarnos, por ejemplo, que de cada 100 niños de vo básico tan solo 38 tienen conocimientos en matemáticas acordes a su nivel educativo, lo que representa el 38% del universo medido. ¿Cuál es la relación de este 38 con la realidad empírica? Ninguna. En la media de un grupo no existe ni Juan Pérez, ni Titi Irribarren.

Si los individuos del grupo se diluyen en la media, no podemos saber si gracias a 10 de los 100 que obtuvieron todas las respuestas correctas la media fue mejor o si debido a 10 que no respondieron nada la media se desplomó. Tampoco predicen que pasará mañana con Pedrito, que no formaba parte del grupo del estudio en cuestión por estar enfermo; no sabemos si él formará parte de quienes manejan los contenidos de matemáticas de octavo o de cuarto básico. No podemos saber quién o quiénes necesitan nuevas estrategias de enseñanza o reforzamiento de los contenidos.

En suma esencia, con el empleo incansable de estadísticas porcentuales y el cálculo de las medias, no se aspira más que a constatar desde lejos el campo minado, sin comprender lo que pasa en la realidad, por qué acontece de este modo y no de otro y cómo superar los problemas.

De la ingeniería educativa a la educación

No hay ninguna duda de que estos tipos de medición guían políticas de la practicidad, del tipo construir 50 liceos de excelencia, premiar a los 120 colegios con mejores resultados en el SIMCE o inaugurar la escuela modular más grande de Chile, pero estas resoluciones no son más que una labor de maquillaje, una anécdota.

En el discurso presidencial del 21 de mayo pasado, me pareció que el protagonismo del tema educativo daba señales claras de una voluntad política en la materia. El apoyo enfático y el entusiasmo del Ministro de Educación hacían prever que, más allá de nuestras aprehensiones político-partidistas, se podía abrir paso a algo nuevo.

Lo cierto es que, hasta la fecha, se sigue alimentando la tecnocracia que sostiene y estructura este modelo que ya ha fracasado y que seguirá fracasando si no generamos un cambio. La ingeniería educativa seguirá su reinado si no aspiramos a pasar de los números a los fenómenos y si no reducimos las estadísticas a lo que deben ser: ni más ni menos que una primera aproximación para estudios más profundos.

Necesitamos detalles, localizar los focos problemáticos, auxiliar a los más desvalidos, recontextualizar y replicar los modelos exitosos, perfeccionar a los docentes directivos y a los profesores de acuerdo a las dificultades concretas de su práctica pedagógica, implicar a los apoderados, en síntesis, movilizar a todo el país para (re)fundar nuestra educación.

Parte de este trabajo ya está hecho (educación2020), pero no ha sido escuchado con la seriedad que se debería o, simplemente, no se ha tomado en cuenta. Recuperar el rumbo del sistema educativo no requiere de más datos; requiere, sobre todo, de voluntad de trabajo conjunto y de estrategias para encontrar respuestas que nos ayuden a avanzar hacia el reencuentro de lo que, en estos tiempos, sólo es un mito: la tan anhelada educación de calidad.

Análisis SIMCE 2010

Una vez más los resultados de SIMCE 2010 vuelven a poner sobre la palestra y el acento agudizado que la situación de la educación que reciben los niños y niñas de Chile, en todos los colegios de Arica a Tierra del Fuego NO ES DE LAS MEJORES. Con las cifras sobre la mesa, las posibilidades de análisis son muchas pero entre las claves de aportadas por las cifras, la focalización de los recursos en estrategia de aprendizajes muy precisas parece ser un tema a destacar. Así lo dice la experiencia de profesores de colegios municipalizados, particulares subvencionados y particulares pagados, han celebrado esta semana resultados de más de 300 puntos en las pruebas de Lenguaje y Matemáticas. Sus conclusiones, avalan desde la práctica en el aula los estudios internacionales, son coincidentes: se requiere planificar las clases en base al programa anual; es responsabilidad del profesor lograr aprendizajes en todos los alumnos y no sólo en los más aventajados; se requiere hacer seguimiento del alumno de curso a curso y; sobre todo, es fundamental el compromiso integral de la escuela en concentrar esfuerzos que van desde el Director, a la sala de clase, pasando por el jefe técnico y la activa participación de padres y apoderados.

PD: También es importante estimados colegas dar una lucha por la disminución de la presencia del profesor en AULA; experiencias exitosas indican que un docente no debiese pasar más de un 60% de su jornada laboral frente a los alumnos; el resto del tiempo se debe ocupar en planificar, estudiar y observar practicas exitosas de sus pares.

“La Chimba” Contexto Histórico


Preámbulo

El “proceso de independencia de Chile” (1810-1823) tiene tantas aristas como actores y situaciones posee un suceso histórico de ésta naturaleza y envergadura; en su análisis se han explotado los tópicos políticos y económicos dotándolos de un significado casi absoluto, obviamente, los actores principales aquí pertenecen a una “elite” aristocrática políticamente dominante e influyente en el Estado, económicamente pudiente y moralmente recta; este enfoque desvalorizo la trascendencia de los actores y espacios más populares, ello debido a que se pensaba que la cotidianidad en la cuál vivían era “bárbara” e inocua en términos de trascendencia histórica, no se concebía como actores relevantes. Su gravitación, sin embargo, hoy no queda en entre dicho ya que hay pruebas contundentes de su participación en el derrocamiento del Estado Imperial Español, su impulso hacia la auto-determinación ha dejado sus consecuencias sociales y culturales que han hacho de nuestra República lo que somos.

La Chimba, en este sentido como miniserie recoge de forma asociada los escenarios y actores históricos antes descritos, los cuales de forma conjunta potencian aquel imaginario colectivo que es el alcanzar la “independencia”.

Cronológicamente la historia se desarrolla entre el Desastre de Rancagua (1814) y la Batalla de Maipú (1818), con ello se comienza a cimentar nuestra independencia nacional. Durante este periodo se irá desenvolviendo la historia a través de personajes comunes y relevantes, que pasaran por la Chimba, tales como los hermanos Carreras, Manuel Rodríguez, O”higgins, aquí también se darán sita las fuerzas realistas quienes ocupaban este espacio como un punto de reunión social en donde departían junto a sus camaradas de armas; este se transformara en un punto neurálgico en el desarrollo de las acciones; aquí se daban cita tanto las fuerzas realistas como las independentistas.

Asume aquí un protagonismo en la ilación del proceso, escenarios pocos convencionales y personajes comunes envueltos o llevados por las circunstancias de la vida, pero asumiendo cada uno su lugar a partir de la visión de mundo en la cual se ha desenvuelto cada cual, he hay la validez de este proyecto, de unir -como en la vida real- la alta y la baja sociedad, las intrigas, los dobles estándar, dilemas morales, la seducción, la traición, etc. todo aquello como se construye, crece y se desarrolla un proceso histórico, que en este es la “Independencia de Chile”.

Antecedentes y causas del proceso de “autodeterminación”

El paso de un gobierno monárquico a uno representativo autónomo criollo planteo para una parte de la población -la gobernante- que ocupaba el territorio de la Capitanía General un hecho muy traumático, en este nuevo escenario la aristocracia más fiel a la corona se sentía desprovista y huérfana ya que cortaba un cordón umbilical que había durado trescientos años y que le había brindado la suficiente protección; ellos se sentían cómodos en el papel de subordinación a la corono española.

En tanto otro sector de la sociedad -pero también aristocrático- creía que la coyuntura provocada por la captura del Rey en España (1808) a manos de las fuerzas napoleónicas era el acicate justo y necesario para demostrar la madurez y lealtad de las colonias americanas y establecer gobiernos locales con independencia de España.

Básicamente es en este periodo neurálgico (1808 - 1814) en donde se comienzan a articular diversos factores que llevaron a la independencia de las colonias americanas y en ella la de Chile.

Entre las causas que más se esgrimen y que más peso tienen para el desarrollo de la idea de nacionalización del poder derivan de la relación de inferioridad en que estaban las colonias con respecto a España, de donde nacían el despotismo del gobierno español, el control de las ideas –solo algunos tenían acceso a una educación de primer nivel y esta era obviamente dada en Europa-, la incultura en que se mantenían a las colonias y la deficiente administración de la justicia. Ahora si observamos con más detención nos daremos cuenta que estas variables no bastan de por si, ello debido a que en las colonias la obediencia y subordinación derivaban del respeto, casi religioso, que se sentía por el derecho tradicional de los reyes de España, lo cual sirvió para ostentar durante tres siglos su dominación. A esta situación se acomodaba perfectamente la aristocracia, la única fuerza organizada que podría pretender un cambio del modelo político.

Las ideas fuerza

Hacia fines del siglo xviii se difundieron en América, a pesar de las restricciones, las ideas políticas del movimiento ilustrado europeo, entre los autores se cuenta a Voltaire y Montesquieu –una parte importante de los próceres de América tuvieron acceso a estas ideas gracias a su traslado y educación en Europa (Inglaterra, Francia o España). Entre las ideas que ventilaban estos teóricos políticos se contaba el favorecer la lucha contra las monarquías absolutas que no aceptaban otorgarle participación a sus súbditos en los asuntos públicos. Es decir, solo el monarca y su corte de asesores resolvían los problemas que comprometían al conjunto de la sociedad.

La praxis de estas ideas se ponen de manifiesto -y, por consiguiente adquieren un sentido concreto- con la independencia de las trece colonias inglesas asentadas en América del norte y su organización como república independiente en 1776, dando origen a los Estados Unidos de América; es con este hecho que las ideas ilustradas se ponen de relieve y causan un gran impacto en todo el resto del continente, ello pone en evidencia la posibilidad concreta de autodeterminación de las colonias.

Las ideas revolucionarias ponían en peligro el sistema monárquico, por eso las autoridades españolas trataron de evitar que fueran conocidas por los criollos. Sin embargo, la internación clandestina de libros -por aristócratas que habían accedido a una educación de elite fuera del continente- las conversaciones con extranjeros, reuniones secretas de instigadores permitieron que estas ideas fuerzas se propagaran entre un sector mayor de criollos facilitando así la multiplicación y aceleración de un convencimiento independentista.

Bosquejo Social de Comienzos del Siglo XIX.

La estructura social de Chile hacia fines de la Colonia (siglo XVIII) y comienzos del Proceso de Independencia (siglo XIX) era muy básica. En la cúspide de la pirámide social estaba la “aristocracia” que era un grupo social cohesionado y homogéneo, estaba investido de prestigio social y poder económico, era sin lugar a dudas la clase dirigente, los conductores de la sociedad. Ellos estaban investidos de un gran prestigio. Sin embargo estos a su vez se podían diferenciar por su procedencia natalicia la cual podía ser peninsular (nacido en España) o criolla (nacido en América), “de las filas de la aristocracia criolla era de donde se había de sacar más tarde la directiva de la revolución chilena” (Simon Collier). Luego en términos de jerarquía social estaba una vasta “clase baja” que básicamente dependía de la primera para su subsistencia y en excepcionales casos trabajaban sus escasas tierras de donde obtenían productos que luego comercializaban, estos, obviamente sólo le aseguraban una existencia precaria. Si bien es cierto que existía una cantidad de población con oficios o profesiones (soldados, comerciantes, burócratas, abogados, parceleros medianos) no alcanzaba a constituir un tejido social que diera para una denominación de “clase media”, además está intentaba mimetizarse forzadamente con aquellos que tenían el control, aunque claramente no poseían el nivel para aquello. Este grupo señala S. Collier: "parece haber abundado en aspiraciones aristocráticas y no puede considerarse una tercera fuerza potencial”.

Es preciso consignar, que la aristocracia es básicamente terrateniente, su poder social, económico y político se sustenta en una estructura agraria (Gabriel Salazar); por ello es que casi el 80% de la población del país era considerada hacia mediados del siglo xviii como rural.